Silvia Anek coloca su bidón amarillo cuidadosamente en la boca del caño metálico y tras colocar ambas manos en la palanca, se echa encima para descargar toda su energía y accionar la bomba manual de agua. En poco menos de un minute el bidón se ha llenado. Son 20 litros de agua limpia, la cantidad mínima por persona y día que Naciones Unidas recomienda. Hasta el año pasado, Silvia tenía que caminar tres kilómetros hasta el punto de agua potable más cercano. En mayo de 2010, gracias a una donación privada, Red Deporte y Cooperación pudo financiar la construcción de este pozo del que se benefician las 65 familias que viven en la aldea de Orima, en Kitgum (norte de Uganda), una zona que hasta hace cuatro años vivió dos largas décadas de Guerra en la que dos millones de personas tuvieron que huir de sus hogares y vivir en condiciones infrahumanas en campos de desplazamiento. Cada familia tiene un promedio de ocho miembros.
Silvia está orgullosa de presidir el comité de nueve personas que gestionan el mantenimiento y uso de la bomba de agua. Cada familia tiene que aportar una cantidad mínima cada mes. Actualmente tienen 30.000 chelines ugandeses. Durante el año que la bomba lleva en funcionamiento no ha habido que registrar ninguna avería. Si ocurriera algún percance los miembros del comité se encargarían de ir a la oficina del distrito que se ocupa de asuntos del agua y solicitar que vaya un técnico a reparar la avería. La comunidad tendría que aportar algo de dinero para pagar la correspondiente pieza de repuesto.
Junto a la bomba de agua en Orima hay un campo de futbol reglamentario y una pista de netbol. A partir de las cuatro de la tarde, los jóvenes del lugar acuden a hacer deporte. El uso constructivo del tiempo libre es un problema en muchos lugares de la geografía de la pobreza. Nos lo confirman dos mujeres que vienen al pozo y comentan que durante la mañana han estado vendiendo “arege”, un aguardiente local, a una multitud de chicos y chicas que llevan tres días bailando en una fiesta que parece no tener fin. Los ancianos que charlan bajo el árbol se quejan de que hoy día los jóvenes ya no tienen respeto a nada, como era el caso hace bastantes años. Durante estos días llueve con fuerza y las personas que viven en pueblos como Orima saben que si no acuden de buena mañana a sus campos, no habrá buenas cosechas y faltará el alimento.
“Jugar al futbol es mejor que pasarse los días en bailes donde los chicos se emborrachan y se dedican al sexo de forma irresponsable”, dice Charles Olok, un joven de 30 años que es uno de los líderes comunitarios. Charles es catequista en la comunidad Cristiana local, que atienden los misioneros combonianos, nuestros socios locales en este pequeño proyecto. Está casado, y el y su mujer tienen cinco hijas pequeñas. Actualmente anima la comunidad local en otro proyecto que les entusiasma: quieren construir una escuela primaria para que sus hijos no tengan que caminar cuatro kilómetros todos los días, como hacen en la actualidad. Llevan varios días desbrozando un terreno comunitario para que un día puedan empezar las construcciones.
Es incredible ver la cantidad de buenas iniciativas que pueden empezar por un simple pozo de agua.
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